Familia de mascotas
Agosto 2021
Cuando era niña, conviví con el perro de la abuela, el primero que recuerdo se llamaba Pancho, Para todos los primos él era otro niño, nos perseguía, jugaba, reclamaba los juguetes. De verdad para mí era natural que Pancho estuviera con nosotros, cuando nos íbamos a la casa de playa, también Pancho venia, en fin, era parte de la familia.
Sin embargo, mi mama tenía otra experiencia complemente diferente, ella no simpatizaba con los perros desde que su perro la mordió. Ella siempre nos ponía en alerta cuando veía un perro y no nos dejaba acercarnos a otro que no fuera Pancho y con “cuidado”. Y a pesar de los ruegos de mi hermano, nunca acepto tener uno.
Cuando crecieron mis hijos, los dos más pequeños comenzaron a pedir un perro, mi esposo estaba renuente por la responsabilidad que eso acarreaba y al final siempre le dábamos largas, curiosamente mi hija mayor, sin haber tenido ninguna experiencia desagradable con ningún perro, que yo sepa, les tenía literalmente pánico, y por lo tanto se oponía rotundamente a tener un perro o cualquier otra mascota cerca.
Verdaderamente siempre me llamo la atención ese rechazo sin razón aparente, hasta tal punto que, cuando visitaba algún amigo/a le preguntaba si tenía perro para decidir no ir. Y así, se mantenía siempre lejos de cualquier animal sin que, ni ella misma, pudiera explicar por qué.
A pesar de todo, luego de mudamos a una casa más grande decidimos tener uno que “cuidara la casa”, yo no sentía esa inclinación por los perros y las mascotas en general, creía que tenían que ocupar el lugar de mascotas y nada más. Sin embargo, la batalla con que el perro no entrara a la casa y los dos pequeños querían que estuviera dentro, mientras la mayor gritaba, era una pesadilla. Al final, tuvimos que darlo en adopción a un amigo que tenía una hembra de la misma raza, ya que nos mudamos de nuevo y ya, Indy, como se llamaba, no tenía el espacio suficiente.
Desde entonces, decidí yo también, no tener mascotas. Pero mis hijos, opinaban diferente. Apenas comenzaron la universidad y vivieron solos lo primero que hicieron fue adoptar un gato cada uno, Vitto y Nicky. Esos animalitos se convirtieron en sus hijos y comenzaron a entender la responsabilidad que representaba. Tanto así, como que ambos se mudaron a Europa y se los llevaron consigo. Eso es un cuento largo.
Al tiempo, mi hija mayor se mudó a una nueva casa y su esposo, ¿adivinen qué?, le encantan los perros. Apenas compraron la casa llegó Baguette, y contra todo pronóstico, mi hija mayor también tenía un hijo peludo.
En el proceso de encontrar mi héroe interior, me fui a pasar una temporada con mis hijos. Tenía ya dos años que no los veía, como a todos en pandemia y una vez permitieron viajar me fui a visitarlos. Fue muy enriquecedor conocer esos animalitos, me vi en la necesidad de compartir con ellos durante unos meses e interactuar en su cotidianidad.
Comencé por Vitto y Nicky, ambos criados como hermanos igual que sus “padres”, pero cada uno con su personalidad. En realidad, logre entender el amor que cada uno le inspiraba a mis hijos. La ternura, la inocencia, la paz, y el desinterés con el que viven los animales me hizo reflexionar sobre la vida que hemos creado como seres “racionales”.
Me di cuenta de que había perdido espontaneidad y conexión, a pesar de que mi trabajo requiere necesariamente de conexión y empatía, no me había percatado de los detalles, El disfrute de las cosas sencillas y el parar para acariciar a alguien solo porque si, lo había perdido. Estaba tan abrumada con todo lo que “tenía que hacer” que me había olvidado de “ser”.
Mientras trabajaba, Vitto me acariciaba o dormía sobre mis piernas, al mismo tiempo Nicky se acostaba detrás mi computadora para mirarme mientras trabajaba y poder tocar el teclado. Esperaban pacientemente a que terminara la sesión para pedirme que les acariciara y los acompañara a beber agua o a comer algo. En realidad, la pausa que cada uno me obligaba a hacer entre una sesión y otra era necesaria y yo, tan evolucionada, no la había tomado en cuenta.
Desde este momento, hice una modificación en mi horario de trabajo y coloqué una pausa más larga entre cada una de las sesiones de manera de conectar con la sabiduría gatuna antes de atender a otra persona.
Tres meses más tarde, me tocó conocer a Baguette, a quien solo conocía por video, y quedarme con él, mientras mi hija y su esposo estaba de campamento con unos amigos. Pues sorprendentemente para mí, era un niño pequeño literalmente. Quería jugar todo el día y no me daba espacio para trabajar. Mientras Vitto y Nicky me acompañaban en el trabajo, Bagette me interrumpía hasta que me levantaba del escritorio. Tanto, que cada vez que tenía una sesión debía meterlo en su casita, para poder concentrarme. Me pedía tiempo para jugar, algo que para mí era ya más que un “antiguo pasado”.
Al principio lo hacía realmente por “deber” porque sabía que era un cachorro y lo necesitaba. Pero, en cuanto me puse a pensar en lo que me estaba mostrando, las salidas al jardín para hacer Pis y Po, se convirtieron en un momento para disfrutar. En la mañana me levantaba y tomaba el café en el jardín con él en mis piernas hasta que le dieran ganas de hacer pis, e increíblemente una vez terminado el café, venia el “pis”.
Ya las pausas para jugar con la pelota eran pausas también para mí. Bajar las escaleras era un reto para él, así que me acompañaba mientras me vestía apuradito para que lo ayudara a bajar solo. La alegría perruna por haber bajado los escalones era conmovedora. Celebraba cualquier cosa, para él todo era un logro y obviamente quería su respectiva galleta de premio. Pues, aprendiendo la lección, cualquier cosa que haga incluyendo las rutinas más básicas como el café de la mañana puede ser motivo de disfrute y celebración, desde hacía tiempo no me había reído tanto como con las morisquetas de Bagette y no había estado tan presente como con Vitto y Nicky.
Nunca me imaginé que las visitas a mis hijos iban a incluir amar a sus mascotas, y que, además, me iban a conectar con sensaciones que había olvidado. Desde ahora, al pensar en mascotas, pienso en amor y compromiso más allá de la responsabilidad que siempre viene de la mano de cualquier decisión en la vida.
Pero al mismo tiempo, lo más importante fue, que me reconectaron con lo esencial, la paz, la espontaneidad, el silencio, el disfrute, el juego, como algunas de las conexiones saludables que marcan el camino hacia un cambio de dirección.
Feliz semana